lunes, 3 de noviembre de 2008

Las Plazas


Me he tomado como costumbre observar las plazas. Recorrer sus verdes, sentir sus árboles y fotografiar sus gentes. Allí, somos todos muy crudos y desnudos con nuestras formas de actuar, nuestras maneras de mirar y nuestros sinfines de apreciar. Quién jamás no lloró en una plaza, quién no esperó y se arrepintió y se culpó y también se estremeció. Eso es lo que me conmueve. Son todas las historias que se apoyaron sobre sus bancos, las circunstancias que durmieron en su verde, las vidas que se fueron por un rato de boca al cielo e imaginaron y se aliviaron.
En la semana siento a las plazas como el lugar al quiero llegar para descansar, pensar y quizás reflexionar. Cómo cambian en los domingos sus formas y aspectos. Las familias, los amigos, los solitarios, los amores, se expresan con total libertad. La libertad que se siente como escapatoria a una rutina angustiosa, plena e infinita, sin pensar en el mañana trabajoso y preocupador. Las cosas por decir, las formas de cómo actuar y las maneras de vestir se van.
Cada plaza depende de su ubicación, su fama y su publicidad. Están las que sirven para dejarse llevar; las que se usan para correr, caminar y charlar; en las que la policía denota su labor de “mantener protegida a la sociedad”; las que son parte de un escenario particular para las expresiones artísticas con asentamiento en lugares públicos y que hacen de ellas la banda de sonido de los transeúntes curiosos, los apurados, los que esperan y los que pasan y miran despectivamente. Todo esto y un montón de cosas más significan las plazas. También son mal utilizadas para la propaganda política y su forma de bien llamarlas: “espacios verdes”. Qué oportunos por dios.
De vez en cuando y cuando me dejo llevar observo, me pregunto e intento darle un sólo significado. Pero no. Es infinito. Las plazas son muchas cosas y muchas cosas abundan en su espacio interior. La expresión, el sentir, el descansar, el pensar. La entrada es gratuita, la ubicación por orden de llegada y la escena a elección.
Me he tomado como costumbre observar las plazas. Y allí puedo ser yo, acompañado, solitario o esperando. Dejado, angustiado o disfrutando de los paisajes naturales y grises ruidosos y urbanos. Su cielo, su suelo, sus costados y sus finales. Su espacio, sus formas y sus fondos.
Me he tomado como costumbre observar las plazas. Me he habituado a sentirme solo y a
esperar, sin tristeza, pero con paciencia y esperanza. Con recuerdos y futuro. Con pasado y presente. Con principio y sin posible final.

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