lunes, 24 de noviembre de 2008

Destino


“La vida es eso pibe”, dijo el viejo mientras daba la última pitada de su cigarro. “Por eso, no es tan desacertado luchar y tratar de salir adelante en cada obstáculo de esta puta vida”, sentenció antes de subir al colectivo que los acercara a su destino.
El coche avanzaba a paso lento, como cada colectivo que transita los pueblos viejos de la provincia. No era la primera vez que ellos se encontraban y el viejo hablaba de sus andanzas de la juventud de allá por mitad de siglo en la Argentina. De gente que trabajaba con la esperanza de ser alguien, en un mundo que se debatía con bombas a cada instante y no frenaba su paso.
Las preguntas las hacía el joven y el viejo pensaba, analizaba y compartía.
El viaje duraba alrededor de cincuenta y cinco minutos y ese tiempo bastaba para que hoy, a más de cuatro décadas, esos recuerdos puedan ser contados. Encontrados y contados.
Facundo tenía muchas ganas de comenzar a escribir en el diario del pueblo para dar a conocer rumores nunca confirmados.
Las cosas mucho no han cambiado. Las averiguaciones indican que a partir de los relatos, Facundo se enteró que el diario que leía el viejo, está en manos de los hijos de los dueños fundadores y sigue siendo la misma basura pero con más publicidades. Él nunca logró que lo contraten siquiera para dar a conocer los resultados de los campeonatos de fútbol de ligas cercanas. Este antiguo medio no sirve más que para dar a conocer las “buenas” acciones de cada político que entabla “buenas” relaciones con los dueños siempre dispuestos.
El viejo sólo hablaba. Su trabajo, las noches, sus novias, la familia, los hijos. Es raro pero pareciera que antes las personas trabajaban más. Es frecuente que gente de edad avanzada hable mucho de su trabajo, de los buenos y malos tiempos y trate de hacer entender a los más jóvenes que en el pasado todo era más difícil de conseguir.
Allá por el cuarenta el viejo se desempeñaba como repartidor de productos comestibles en los parajes que rodean el pueblo. Sus días se mezclaban con caminos polvorientos de tierra, la espera de los almaceneros y todos los pueblerinos después de muchos días lluvia. Según sus palabras, la gente de esos lugares lo veía como “el salvador”. No resulta raro, porque era él quién transportaba todas las cosas que el campo no proveía a los habitantes de aquel pueblo. También llevaba el diario del lugar.
“Un día colgaron un placa con mi nombre”, repetía dos por tres el viejo en los viajes. Se enteró toda la región. Facundo le creía cada vez que lo escuchaba. Cierta vez se acercó al pueblo para comprobarlo, pero el club donde decía el viejo había sido demolido tras la compra de una firma cerealera. La razón de la placa fue que el viejo era el hombre que transportaba alegría y dicha al lugar.
El diario en el que no pudo trabajar facundo quemó las viejas publicaciones en donde el viejo publicitaba su labor. Facundo murió sin comprobarlo.

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